La fuga de las farmacéuticas y el ELA

Artículo publicado en El Nuevo Día.
El anuncio de la terminación de la patente de Lipitor (Pfizer), el medicamento con receta de mayor venta en la historia, y su consecuente pérdida de miles de empleos directos e indirectos, es un evento conocido y esperado por todos desde hace años, pero ignorado por los gobernantes de turno de los dos principales partidos políticos.
La industria farmacéutica es la piedra angular del programa industrial de Puerto Rico. Se estima que cerca de cuarenta farmacéuticas que operan en el país generan sobre 20,000 empleos bien renumerados (36,500 en el 2002) y contribuyen con 50,000 empleos indirectos.
Trece de los veinte medicamentos con receta de mayor venta en Estados Unidos se manufacturan aquí.
La exclusividad para producir estos medicamentos descansa en la duración de sus patentes. Una vez estas expiran, cualquier corporación puede manufacturar los medicamentos en cualquier lugar del mundo y de forma genérica.
Se estima que en los próximos cinco años la industria farmacéutica mundial perderá $100,000 millones en ventas debido a la expiración de patentes de medicamentos.
Recientemente, el principal oficial ejecutivo de la mayor farmacéutica en el Reino Unido, Glaxo Smith Kline, comentó que para sobrevivir, la industria tiene que reinventarse y diversificarse.
El actual modelo económico del ELA tiene sus inicios en 1947 con Operación Manos a la Obra, basado en el plan concebido por el planificador económico estadounidense, Harvey S. Perloff, para atraer inversiones extranjeras.
El plan se nutrió del caos de la posguerra generado por la destrucción de Europa y Japón.
La nueva estrategia de desarrollo económico sustituía la establecida por el último gobernador estadounidense, Rexford G. Tugwell, quien respaldaba el desarrollo de la industria local y de la agricultura mientras advertía del peligro de establecer una economía dependiente de la inversión extranjera.
En la medida que Europa y Japón se reconstruían, Puerto Rico se reinventaba con la industria de la petroquímica, hoy inmortalizada en un “pueblo fantasma” en la costa de Guayanilla.
En la década del setenta, Puerto Rico tomó un aire con la industria farmacéutica y la aplicación de la Sección 936, y aumentó su dependencia con los cupones de alimento.
A fines de la década del noventa, utilizando sus poderes plenarios sobre el territorio de Puerto Rico, el Congreso eliminó la Sección 936, lo que motivó la fuga de esos fondos y el comienzo de la retirada de las farmacéuticas.
En 1996, cuando se aprobó la terminación de las 936 al cabo de 10 años, el sector manufacturero tenía más de 156,000 trabajadores. Esta cifra se ha reducido hasta 90,400 empleos en el presente.
La principal estrategia utilizada por los partidos PPD y PNP para sustituir los ingresos generados por la 936 ha sido la emisión de deuda pública complementada con el aumento de transferencias federales.
En 1972 la deuda pública era de $2,700 millones, hoy sobrepasa los $60,000 millones.
Mientras las farmacéuticas se reinventan, la falta de poderes para desarrollar oportunidades en la economía globalizada del siglo XXI no permite a Puerto Rico reinventarse como lo hacen países soberanos exitosos como Singapur e Irlanda.
La soberanía no es una varita mágica que resuelve los problemas, sino el primer paso para obtener los poderes y las herramientas con los que, con un buen gobierno, se maximicen las oportunidades.
Para los años 2011 al 2014, la Economist Intelligence Unit proyecta un crecimiento en Singapur de entre un +4.6% y +5.2%.
En el caso de Irlanda, proyecta entre un +0.9 y +2.4%. Las proyecciones sobre Puerto Rico para el 2011 se limitan a un -3.4%, y las cifras para años subsiguientes son inexistentes.
Mientras algunos políticos dedican esfuerzos a procesos estériles de status, y otros a defender estructuras del pasado sin ninguna relevancia en el mundo del siglo XXI, obviamos las oportunidades de prosperidad y justicia social existentes en países soberanos exitosos de escala similar a Puerto Rico.
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