El Propósito de Puerto Rico

Artículo publicado en El Nuevo Día.
En 1964 Puerto Rico se encontraba en uno de sus mejores momentos de desarrollo social y económico.
Su economía crecía un diez por ciento, colocándose entre los países de más acelerado crecimiento en el mundo.
Tanto la manufactura como la agricultura incrementaban. La deuda pública se mantenía a un nivel prudente y el objetivo de la administración local era reducir la dependencia de transferencias federales.
La Universidad de Puerto Rico era la “joya de la corona”.
Luis Muñoz Marín ofreció su último mensaje como gobernador de Puerto Rico a la Legislatura el 11 de febrero de 1964, semanas después del asesinato vil del presidente John F. Kennedy.
En 1961 el Presidente había homenajeado a Luis Muñoz Marín en una gala en su honor en la Casa Blanca junto al virtuoso violonchelista catalán, Pablo Casals, residente en Puerto Rico para entonces.
Semanas más tarde, Kennedy pernoctó en La Fortaleza en una escala que hizo de su viaje a Venezuela y Colombia.
Durante la visita discutieron las relaciones entre sus respectivos países, rodeados de los jardines del palacio centenario, testigo de ataques navales de potencias europeas y de los mismos estadounidenses.
El inesperado y trágico asesinato del joven Presidente el 22 de noviembre de 1963 desplomó la relación más estrecha que había existido entre un gobernador de Puerto Rico y un presidente de Estados Unidos.
Sueños de la culminación del Estado Libre Asociado empezarían a desvanecerse en una metrópoli sumergida en su conflicto más mortífero de la Guerra Fría, desarrollado en la península de Indochina.
La desaparición de esta relación especial entre los dirigentes ubicó a Puerto Rico en el “valle del olvido” de la metrópolis, comenzando con la indiferencia mostrada a los reclamos de desarrollo del ELA expresados en el primer plebiscito celebrado en la historia de Puerto Rico, en 1967.
En este escenario se enmarca el mensaje en el que Muñoz Marín lanzó el proyecto no partidista que dejaba para las futuras generaciones, titulado el “Propósito de Puerto Rico”.
En ese proyecto trabajaron varias personas de su gobierno, particularmente el secretario de Estado, Roberto Sánchez Vilella, y el director de la Oficina del Presupuesto, Guillermo Irizarry.
El Propósito puertorriqueño no se limitaba al progreso económico: “…no ha de tener solo hambre de consumo, sino también sed de justicia, arte, ciencia, comprensión y buena convivencia humana”.
“No ha de conformarse con la abundancia material sin la excelencia moral y espiritual”, añadió Muñoz Marín en su discurso.
El Propósito tenía seis puntos fundamentales: 1) plena educación - cantidad, calidad y profundidad; 2) máxima salud con sustancial igualdad; 3) hogar propio para cada familia; 4) desarrollo ordenado de la ciudades; 5) economía puertorriqueña creciente en manos de “hijos del país”; y 6) abolición de la pobreza extrema.
Muñoz Marín subrayaba que el proyecto se podía y debía realizar. Dicha realización constituiría “un gran reto a la inteligencia… a la conciencia”.
En la misma medida en que parecía imposible la revolución social de mediados de siglo, para Muñoz Marín este proyecto era completamente posible de alcanzar: “Un pueblo que confía en sí mismo tiene que proponerse constantemente transformar la esperanza de un tiempo en la historia de otro tiempo”.
“La vitalidad de un pueblo es la vitalidad de su propósito colectivo”.
De lo contrario señalaba el Gobernador: “…será aglomeración de apetitos y ambiciones de individuos y de grupos”.
La ruptura entre los dos gigantes del PPD, Muñoz Marín y Sánchez Vilella, ocasionó la destrucción de la hegemonía política del partido y conllevó a la aparición de la alternancia partidista del poder en un país que no estaba preparado para ella.
Esta alternancia, sin el liderato apropiado, nos ha arrastrado al oportunismo político y al revanchismo, a la politización del servicio público, la corrupción, la irresponsabilidad… y en el proceso, al enterramiento del Propósito de Puerto Rico.