Emigración y ruptura familiar

Artículo publicado en el Nuevo Día.
Todos los días escuchamos de más personas que emigran debido a la falta de oportunidades, al alto costo para subsistir y a la ausencia de calidad de vida.
Sin embargo, está ausente de la discusión pública el efecto psicosocial de la emigración en los que emigran y en los que se quedan en la Isla con una familia rota.
Me comentaba recientemente un prominente profesional, que no sabía qué iba a hacer cuando sus hijos tengan que emigrar y, decía: “Me llevarían a mis nietas, que son la luz de mis ojos”.
La emigración afecta a la mayoría de los puertorriqueños porque casi todos tienen a un familiar o amigo que ha sido forzado a emigrar.
La desintegración de la familia, piedra angular de la sociedad puertorriqueña, es el costo humano de la emigración.
El único aliciente es que, al contrario que la emigración de la década de 1950, la tecnología ha sido un bálsamo para aliviar el dolor de la ruptura: los teléfonos móviles, los correos electrónicos, Skype, Facebook, Twitter, Viber, Instagram, entre otros mecanismos.
Del 2000 al 2010 emigraron 300,000 personas. En el 2011 y 2012 emigraron un total de 110,000.
O sea, hace dos años abandonaron el país cerca de 1,000 personas semanales. Debemos presumir que con la caída libre de la economía, la emigración semanal debe haber escalado.
Sin embargo, la mayoría de los puertorriqueños continúan viviendo en Puerto Rico.
Las cifras que arrojan un mayor número de puertorriqueños que viven en Estados Unidos están distorsionadas, pues en el 2011 el 92% de esas personas fueron catalogadas como de tercera o más lejana generación de puertorriqueños (muchos no hablan español ni han visitado Puerto Rico).
Los puertorriqueños no necesitan visa ni permiso de trabajo en Estados Unidos. Sólo tienen que ir a un aeropuerto internacional, y establecerse en uno de los cincuenta estados de la metrópolis, consiguiendo así su estadidad inmediata.
En un estudio presentado en el IV Foro sobre Migración y Derechos Humanos, en Nicaragua, se planteó que la mayoría de los familiares de emigrantes sufren de estrés, depresión, dolores de cabeza y violencia intrafamiliar.
El estudio señala: “Estos padecimientos están relacionados con las preocupaciones de la separación familiar, el cambio de jefatura en el hogar, la poca comunicación entre los familiares, así como con los nuevos roles dentro de la familia y la falta de cariño”.
La emigración tiene también un efecto entre los que se quedan. Según la UNICEF, la emigración afecta a los niños, ya que, indica: “Las ausencias implican la pérdida de referentes principales (padres, abuelos, tíos) y, por tanto, tienen un efecto psicosocial significativo que puede traducirse en sentimientos de abandono y vulnerabilidad, pérdida de autoestima, entre otros”.
La mayoría de los emigrantes puertorriqueños son jóvenes y educados. Invertimos $5,000 millones, casi la mitad del presupuesto, en educar a personas a quienes luego forzamos a buscar empleo fuera del país.
Hace décadas que tenemos un desfase entre la preparación académica y la oferta de empleos.
Esta situación se agudizó durante el gobierno de Rosselló-Romero, que abogó por la eliminación de la Sección 936 sin tener un plan para sustituirla, más allá de la búsqueda de la estadidad.
Los propios ciudadanos son los responsables de esta situación porque desde 1968 han rotado el control del gobierno entre los dos partidos políticos artífices de esta crisis.
Los tres partidos, a su vez, han secuestrado el sistema impidiendo que surjan otras opciones, lo cual convierte la emigración en la válvula de escape para evitar protestas o una revolución.
Puerto Rico tiene que revertir el proceso de migración mediante una reflexión profunda sobre sus posibilidades reales junto al nuevo liderato republicano del Comité de Energía y Recursos Naturales del Senado de Estados Unidos, responsable constitucional del territorio de Puerto Rico.