La destrucción del Viejo San Juan

Artículo publicado en El Nuevo Día.
El Viejo San Juan fue fundado en 1521 y es una de las cuatro ciudades coloniales más antiguas del Nuevo Mundo. La UNESCO designó sus murallas y La Fortaleza Patrimonio de la Humanidad.
El Viejo San Juan debería ser valorado y protegido como nuestro gran tesoro universal y el principal destino turístico del país. Es nuestra vitrina impactante.
Está ubicado en una isleta con un solo acceso por tierra. La ciudad no fue construida para vehículos de motor.
Los gobernantes de turno la han salpicado con mejoras cosméticas como la instalación de nuevos adoquines, bancos o fuentes, pero su deterioro es notable.
Aunque continúan existiendo aceras rotas, focos fundidos, parques clausurados, contenedores de basura malolientes y tiestos de madera sin plantas, el problema trascendental es el estado precario de los monumentos históricos.
La Iglesia católica, custodia de muchos de los monumentos, carece de fondos para conservarlos.
El propio obispado, uno de los edificios más históricos e importantes, que alberga una importante colección de arte, está en un estado de deterioro avanzado.
La iglesia San José, una de las más antiguas del Nuevo Mundo, lleva varios años restaurándose. De un presupuesto de quince millones, apenas han conseguido una cuarta parte de los fondos.
La Catedral tiene sus tesoros escondidos a los visitantes, las escalinatas quebradas y una llamativa máquina de refrescos que perturba su fachada, la cual queda inmortalizada en las fotos de miles de turistas.
Su iluminación inefectiva en la noche dramatiza la falta de un plan de iluminación nocturna para los monumentos como existe en las ciudades antiguas de otras partes del mundo.
Los propios fuertes y la muralla, custodiados por el gobierno federal, también muestran deterioro con matojos que van paulatinamente agrietando y quebrantando las antiguas estructuras.
La ciudad tiene museos clausurados, con sus objetos almacenados o “extraviados”.
Las obras de arte de la Capilla del Cristo fueron removidas recientemente del Viejo San Juan. La Casa del Libro continúa en su eterna restauración.
Es absurdo que mientras se invierten millones de dólares en atraer turistas a la isla y se establecen hoteles lujosos, no haya fondos para preservar nuestro patrimonio nacional y cara al mundo.
Peor aún, a nuestros gobernantes no solo no les preocupa la preservación de la ciudad histórica, sino que promueven su destrucción.
Promover actividades de entretenimiento que atraigan a cientos de miles de personas es promover la destrucción de una ciudad que no fue construida para recibir muchedumbres incontrolables, en un momento determinado.
Las bebelatas de las Fiestas de San Sebastián son el mejor ejemplo, aunque no el único, de estas actividades. Las fiestas originales eran de índole cultural y religiosa y deben mantenerse como tal durante el día.
Pero las actividades tóxicas nocturnas con cientos de miles de personas, ajenas al espíritu de las Fiestas de San Sebastián, no tienen cabida en ninguna ciudad antigua del mundo.
Podrían celebrarse en la zona portuaria, como se hizo durante La Gran Regata, o en el área del Centro de Convenciones.
Milagrosamente, solo ha ocurrido una muerte en estas actividades. ¿Qué sucedería si algún visitante o residente tuviera una emergencia de salud?
Una vez terminan las fiestas, las autoridades limpian velozmente las calles y con eso entienden que cumplen su misión.
Pero ¿quién pinta y arregla los monumentos, casas y negocios destruidos por las turbas de visitantes? ¿Quién reemplaza las puertas y balaustres rotos por los miles de personas hacinadas en un lugar amurallado para cientos de personas?
Cada día que pasa la ciudad antigua sufre los estragos del tiempo. Solo el Estado y los ciudadanos, con medidas conservacionistas, pueden evitar su destrucción.
Si la incapacidad de los gobernantes de turno nos obliga a resignarnos a observar pasivamente la aniquilación de nuestra ciudad mágica, por lo menos no deben acelerar el proceso promoviendo abiertamente su destrucción.