March 29, 2018

La docilidad del puertorriqueño

La docilidad del puertorriqueño

 El insigne escritor arecibeño, René Marqués, en su histórico ensayo titulado “El puertorriqueño dócil”, retrata la docilidad del isleño, a quien describe como obediente, que cumple la voluntad de quien manda, manso y sumiso.

Marqués puntualiza: “Lo que en la década del veinte era  aplatanado y ñangotado, se convirtió en 1930 en resignado yfatalista para evolucionar con hipocresía ladina hasta el pacífico y tolerante que hoy (1967) hemos puesto en boga”.

Medio siglo después de publicado el ensayo,  la docilidad del puertorriqueño se ha incrementado, reforzada con estrategias de sobrevivencia como el mantengo, la gansería, la economía subterránea y la corrupción en todas las esferas.

El puertorriqueño ha aceptado su derrotero político desde 1899, cuando el presidente McKinley le expresó a la delegación integrada por Hostos, Zeno Gandía y Henna su renuencia a un plebiscito, pues ya Estados Unidos tenía sus planes para el territorio y no le interesaba la opinión de los puertorriqueños.  Desde entonces la metrópolis nunca ha aprobado un plebiscito vinculante a ellos y el puertorriqueño, excepto el intento fallido de 1989, se ha resignado o ha caído en estado de negación.

Muchos puertorriqueños celebraron la imposición de la ciudadanía estadounidense en 1917, ilusionados con la descolonización.  Pero cinco años después el Tribunal Supremo, en su histórica decisión unánime en el caso de Balzac vs. Porto Rico, confirmó que la Constitución de Estados Unidos no aplica totalmente en Puerto Rico. 

Se estipuló que la otorgación de la ciudadanía estadounidense a los territorios no convierte a sus residentes en iguales a los de la metrópoli; solo les permite la oportunidad de trasladarse al continente estadounidense y entonces adquirir la misma ciudadanía. 

En 1952 los puertorriqueños aprobaron en un referéndum su primera Constitución, y el Congreso arbitrariamente la revisó, y eliminó la sección 20 de la Carta de Derechos.  Los puertorriqueños, sumisos,  aceptaron los cambios y aprobaron la Constitución revisada por el Congreso.

La docilidad del puertorriqueño revela, en su tolerancia de la clase política, el nivel más bajo que ha llegado a doblegarlo.  Cada cuatro años los políticos hacen promesas para salir electos. Muchas son inalcanzables, otras son olvidadas tras juramentar los ganadores, cuya prioridad cambia a repartir contratos a sus preferidos.

Las que se cumplen, son a expensas de emisión de deuda pública, que el pueblo acepta sin evaluar las consecuencias ni fijar responsabilidades.

Desde el 2000, cada cuatrienio,  el pueblo rota y recicla la clase política, en menoscabo de una sana administración pública.

El pueblo amansado acepta la corrupción de los partidos políticos, su gansería y a una legislatura irrelevante que ignora el mandato del pueblo de adoptar la unicameralidad.

Acepta con obediencia un impuesto sobre las ventas superior al de Nueva York, que supuestamente resolvería las finanzas del gobierno.  Los consumidores y comerciantes aceptan, pasivos, tarifas de luz y aguas de entre las más altas del mundo.

Los empresarios locales se rinden a que alcaldes favorezcan a firmas multinacionales con exenciones de impuestos municipales.

El pueblo resignadamente acepta una reforma laboral que empobrece al trabajador mientras se pagan a funcionarios sueldos exorbitantes, superiores a los de sus homólogos en Estados Unidos y en la empresa privada. 

La incompetencia del gobierno ante los estragos de los huracanes desafió el nivel de tolerancia del pueblo hacia la ineficiencia y la corrupción, pero al final este acepta las mentiras y excusas de los funcionarios.

Recientemente el pueblo español y el francés realizaron magnas concentraciones solicitando aumentos para los pensionados; en Puerto Rico el pueblo acepta silenciosamente reducciones en sus pensiones.

La ironía mayor en el país se manifiesta en que exhortación hecha en 2016 por un propio juez federal, Juan Torruellas, de hacer desobediencia civil o mostrar resistencia contra la ley PROMESA, ha sido ignorada por el pueblo dócil.