July 31, 2014

La economía y la salud mental

La economía y la salud mental

Artículo publicado en El Nuevo Día.

El  desplome de los ahorros e inversiones en Puerto Rico ha afectado adversamente a la clase trabajadora integrada por personas de todos los estratos sociales, y a los dueños de capital pasivo de todos los tamaños.

 Los participantes de planes de retiro, los cooperativistas, los pequeños y grandes accionistas de los bancos locales, los empleados de la banca, los inversionistas de bonos del país, los dueños de cualquier propiedad en el país, todos han sufrido de alguna forma la debacle económica que comenzó a agudizarse desde el 2006.

Estudios realizados en varios países demuestran que la riqueza no necesariamente trae la felicidad.

Por ejemplo, algunos revelan que no todos los ganadores de la lotería se convierten en personas felices.

Pero en Puerto Rico, la pérdida de inversiones con expectativas de crecimiento y las frustradas expectativas de calidad de vida en el retiro han generado miedo, inseguridad, tristeza y ansiedad.

Estas emociones pueden conducir a la depresión o a la ira hacia uno mismo o hacia los demás.

La salud mental ha sufrido un duro golpe en el país, y ya no solamente la salud mental de las víctimas tradicionales: los pobres y los marginados.

Algunas personas entran al estado que el psicólogo Martin Seligman acuñó como “desesperanza aprendida”, en el que la persona permanece pasiva, y acepta y se resigna a sus circunstancias y a su incapacidad de cambiarlas.

El manejo del estrés y la ira cobra suma importancia en una sociedad con una alta incidencia de violencia. Su mal manejo puede surtir un efecto multiplicador en el núcleo familiar.

Algunos estudios cuantifican el modo en que la depresión, devenida en desmotivación y ausentismo, afecta la productividad de los empleados.

La baja productividad afecta negativamente la competitividad de la industria.

El deterioro de los planes de retiro comporta un efecto devastador en un país con una clase envejeciente en crecimiento y una de las tasas de suicidio de ancianos más altas del mundo.

Miles de personas resuelven el problema abandonando el país. Muchos logran de esta forma su estadidad inmediata.

Otros continúan la lucha desde sus respectivas trincheras en un “survival mode” o intentando “hacer de limón  limonada”.

Otros se refugian en la superstición y el misticismo irracional, uno de los indicativos de poco desarrollo de un pueblo.

Este choque con la realidad lo vivió recientemente el supersticioso Brasil en su desempeño trágico en la Copa Mundial.

El efecto que rinden estos problemas en la autoestima del puertorriqueño y su influencia en las nuevas generaciones ameritan estudios.

No se afectan únicamente quienes han perdido sus inversiones, sino también quienes se han quedado sin sus empleos, negocios y nuevas iniciativas comerciales ante la falta de financiamiento y la competencia desigual con las megatiendas.

El problema del deterioro de la salud mental se amplifica en la clase pobre y en los marginados. Se evidencia  más dramáticamente en los barrios pobres de las ciudades.  

El alcoholismo, la drogadicción, la prostitución y la delincuencia son producto del sufrimiento emocional de los que terminan marginados del resto de la sociedad.

Las consecuencias de la pobreza comienzan antes del nacimiento del niño, desde el mismo embarazo, durante el cual la madre vive en un ambiente psicológico inadecuado y sin estar preparada mentalmente para la maternidad.  

Trae al mundo a un ser que iniciará su vida en un entorno donde no será bien recibido y, en ocasiones, será maltratado.