La partida del Blanco verde

Artículo publicado en El Nuevo Día.
Puerto Rico ha perdido al gigante de la conservación de la naturaleza, el arquitecto Francisco Javier Blanco Cestero, quien escala al valle de los héroes de nuestra historia.
Su gran legado es su gesta de rescatar y conservar miles de cuerdas de terreno que nutren el aire que respiramos mientras proveen escenarios naturales únicos en el mundo para el deleite de la ciudadanía presente y venidera.
Luego de servir en la Junta de Planificación, Javier fue nombrado primer director ejecutivo del Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico, una institución privada sin fines de lucro creada por iniciativa del Gobierno federal, con el objetivo de neutralizar el daño ambiental creado por la entonces, recién fundada industria petroquímica, a mediados de la década del sesenta. Javier dirigió la institución por 33 años, durante los cuales adquirieron 17,000 cuerdas de terrenos.
Las tres primeras propiedades que adquirieron con fondos generados por la refinería de petróleo de las petroquímicas fueron los terrenos adyacentes a la Bahía Fosforescente en La Parguera, el cañón de San Cristóbal en Barranquitas y la Reserva Natural de las Cabezas de San Juan (Faro de Fajardo). Posteriormente, adquirieron otros tesoros de la naturaleza como Punta Yegua en Guaniquilla, el Bosque de Pterocarpus de Dorado, Punta Ballena en Guánica y las haciendas La Esperanza en Manatí y Buena Vista en Ponce.
Javier decía que “si no proteges el terreno, estás perdiendo el patrimonio y derrochando el futuro”.
Las destrezas arquitectónicas de Javier quedaron plasmadas en las meticulosas restauraciones que realizó de la hacienda de café, Buena Vista (1833), el Faro de Fajardo, estructura neoclásica de 1880, y la casa de Ramón Power y Giralt en el Viejo San Juan, sede del Fideicomiso.
Javier vivió casi toda su vida en el Viejo San Juan, donde era una de las figuras enigmáticas y pintorescas, de lento caminar, corbata de lazo y seersuckers. Si bien era un hombre de tradiciones y rutinas, disfrutaba romper esquemas como lo hizo cuando pintó de amarillo la puerta de su casa en el Viejo San Juan, y al Instituto de Cultura desaprobarlo, llevó el caso a los Tribunales y prevaleció.
Su parsimonia, voz grave, sentido del humor particular, rigurosidad, verticalidad, ética del trabajo, nobleza y obsesión con el perfeccionismo lo singularizaban entre el resto de los seres humanos.
El baúl de anécdotas de Javier era interminable. Convivió con personajes que crearon al Puerto Rico moderno. Su memoria de eventos y nombres era impresionante. Entre sus historias favoritas estaban las de las pugnas entre los cuñados Teodoro Moscoso y Roberto Sánchez Vilella, su rol en la organización del entierro de Luis Muñoz Marín y las anécdotas de su tío Tomás Blanco.
Javier era un hombre de hábito rígido, que frecuentaba los mismos lugares favoritos en el Viejo San Juan, como los desaparecidos Palm Beach, Bankers Club, La Mallorquina y la antigua Bombonera, y el Zipperle en Hato Rey.
Fue un puertorriqueñista y gran crítico de los daños efectuados por el Gobierno federal a la naturaleza con los experimentos en el Yunque del herbicida Agente Naranja, arma química utilizada en la Guerra de Vietnam, y los experimentos con monos en el Cayo Santiago en Humacao.
Sufrió con el Gobierno de Luis Fortuño, por el desfalco del supertubo, conocido cínicamente como “Vía Verde” y por los esfuerzos de desarrollar turísticamente los terrenos de Roosevelt Roads con la actitud “such is life”. Planteó su uso idóneo como zona industrial, donde se maximizaran las instalaciones construidas por la Marina con uno de los dry docks más grandes del hemisferio, de 1,200 pies. Sería una formidable instalación para mantener y reparar portacontenedores y cruceros, que a su vez generara empleos periféricos en talleres de mecánica.
Javier falleció profundamente apesadumbrado por el derrotero que lleva, tanto su querido Puerto Rico, como Estados Unidos. Sin embargo, si uno debe venir al mundo a dejarlo un poquito mejor, en el caso de Javier, lo deja mucho mejor con miles de cuerdas de paraíso terrenal para el disfrute de las futuras generaciones.