La tragedia de la emigración

Artículo publicado en El Nuevo Día.
A través de la historia de la Humanidad, las emigraciones han surgido como consecuencia de la búsqueda de mejores oportunidades o huyendo de situaciones catastróficas en el país de origen, como desastres naturales, regímenes autoritarios o pobreza.
No importan las razones, la emigración es una tragedia para una sociedad que ha fracasado en brindar la calidad de vida que sus ciudadanos merecen.
En días recientes el mundo se conmovió cuando los medios de comunicación difundieron la imagen del cuerpo sin vida de un niño sirio de tres años en una playa de Turquía, proveniente de una familia que procuraba emigrar hacia Europa.
La emigración de los puertorriqueños, aunque no ha generado una tragedia de esta dimensión, ha marcado nuestra historia desde el siglo XX.
La tragedia de la emigración comenzó tras la invasión estadounidense en 1898. El huracán San Ciriaco de 1899, que devastó la agricultura del país, y la devaluación impuesta por el gobierno estadounidense, de un 40% de la moneda española, derrumbaron nuestra economía frágil. Esta situación detonó la primera ola de emigración hacia el otro lado del mundo: Hawai.
Desde mediados del siglo XIX inversionistas y predicadores protestantes estadounidenses se habían establecido en las islas hawaianas. En 1893 Estados Unidos orquestó un golpe de Estado a la reina Liliuokalani de Hawái. Sanford D. Dole proclamó la República de Hawai y posteriormente firmó un tratado con Estados Unidos.
La base naval de Pearl Harbor cobró importancia durante la Guerra Hispanoamericana, por lo cual Estados Unidos obtuvo las Filipinas y Guam. Por el papel relevante que desempeñó esta base, Estados Unidos convirtió luego a Hawai en un territorio incorporado.
Paralelamente los inversionistas estadounidenses necesitaban mano de obra barata para desarrollar la industria de la caña de azúcar y el cultivo de la piña. La crisis económica de Puerto Rico representaba una formidable oportunidad para satisfacer esta demanda.
El primer grupo de emigrantes se embarcó desde el puerto de Ponce en noviembre de 1900. Bajaban de las montañas familias completas, jóvenes escapados de sus hogares y matrimonios jóvenes en busca de oportunidades.
La travesía en barco hacia Nueva Orleáns duraba de tres a cuatro días. Allí tomaban un tren hacia San Francisco en vagones especiales con guardias armados para evitar que se escaparan. De San Francisco zarpaban en un barco que los llevaba a los sembradíos de azúcar y piña en las islas hawaianas.
Una vez los trabajadores arribaban a sus paraísos prometidos se enfrentaban a la cruda realidad de que habían sido engañados con promesas de mejores sueldos y condiciones de vida. Todo era una quimera sin posibilidad de hacer reclamaciones ni de regresar a la patria lejana.
Luego de esta emigración, los puertorriqueños abandonaron la isla durante la primera mitad del siglo XX huyendo de la depresión económica. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, la mano de obra puertorriqueña suplió la demanda surgida en Estados Unidos. Esta emigración fue promovida activamente por el gobierno de la Isla.
En el 2014 emigraron 83,010 puertorriqueños, una cifra nunca antes alcanzada en nuestra historia. Peor aún, entre abril de 2014 y marzo de 2015 esta cantidad se disparó a 86,654. El aumento fue del 69% sobre los 61,099 del año anterior.
En promedio, emigran 237 personas diariamente. Muchos son profesionales y graduados de universidad, lo cual nos deja privados de nuestro mejor talento, crítico para el desarrollo del país. A esto se suma que cada año son menos los nacimientos que los decesos.
Mientras Puerto Rico continúa entretenido en luchas partidistas, la repartición del botín gubernamental reducido y opciones de status que no están en nuestras manos, el modelo económico quebrantado no suple las necesidades impuestas por la situación actual y los puertorriqueños se ven forzados a optar por la válvula de escape: la trágica emigración.