Aug. 25, 2016

Los Óscares y las Olimpiadas

Los Óscares y las Olimpiadas

Artículo publicado en El Nuevo Día.

En 1989 el filme puertorriqueño de Jacobo Morales “Lo que le pasó a Santiago”, con los actores Tommy Muñiz y Gladys Rodríguez,  fue nominado para  “Best Foreign Language Film” en Hollywood.

Puerto Rico fue uno de los finalistas junto a Canadá, Francia, Dinamarca e Italia.   Jacobo y Tommy estuvieron presentes la noche emotiva y mágica de los Óscares en Los Ángeles.

Desafortunadamente, perdió ante el extraordinario filme italiano “Cinema Paradiso” de Giuseppe Tornatore.

En el 2010 la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográfica de Hollywood decidió sorpresivamente prohibir la participación en esta categoría a los territorios de Estados Unidos.  Esta nueva disposición afectaba específicamente a Puerto Rico, por ser el único territorio cuyo vernáculo no es inglés.

Desgraciadamente, no se sabe quien estuvo detrás de esta decisión arbitraria que afectaba la autoestima de la nación puertorriqueña. 

Algunos responsabilizan a los cineastas hispanos en Estados Unidos que alegaban que Puerto Rico era favorecido contra ellos; otra acusan al entonces  gobierno estadista de Luis Fortuño de maniobrar una estrategia de asimilación para una eventual anexión.

Lo que si es un hecho es que el gobierno de Luis Fortuño no utilizó agresivamente a sus cabilderos y abogados para apelar la decisión de la Academia.

Esta decisión tronchó la esperanza de los cineastas puertorriqueños de poder lograr reconocimiento internacional y competir con otras naciones.

Afortunadamente, la participación olímpica no ha sufrido todavía la misma suerte de la industria cinematográfica.

José Enrique Monagas lideró la gesta puertorriqueña para que el Comité Olímpico Internacional reconociera la soberanía deportiva de Puerto Rico y fuera invitado a participar en las Olimpiadas de 1948.

Estas Olimpiadas eran las primeras que se celebraban desde la de 1936 en el Berlín de Adolf Hitler.  Se celebraron en un ambiente austero enmarcado en un Londres que se recuperaba de los inclementes bombardeos de la Luftwaffe.

La delegación puertorriqueña logró desfilar con una bandera blanca improvisada, con el escudo, el cordero y las letras en rojo: Puerto Rico.   La bandera monoestrellada estaba prohibida por la Ley de la Mordaza.

En esa primera participación olímpica,  Juan Venegas ganó medalla de Bronce en boxeo.

En las Olimpiadas en Helsinki de 1952, la delegación de Puerto Rico desfiló con la bandera blanca improvisada y la de Estados Unidos.  Días después se aprobó el Estado Libre Asociado, “descriminalizando” la bandera monoestrellada y adoptándola como la bandera oficial. 

La delegación puertorriqueña entonces comenzó a izar la bandera monoestrellada en su campamento. 

Subsiguientemente, la monoestrellada ha lucido en todos los eventos olímpicos.  Alcanzó su máximo esplendor la noche del 13 de agosto de 2016 en Rio de Janeiro con la otorgación a Mónica Puig de la  primera Medalla de Oro para Puerto Rico.

Anteriormente, Puerto Rico había obtenido un total de ocho medallas en seis Olimpiadas.

Los logros del Comité Olímpico se han conseguido a pesar de escasos recursos económicos y luchas por su propia existencia.  La más notable fue la que libró el entonces gobernador Carlos Romero Barceló con el legendario Germán Rieckehoff.

La imagen internacional que se ha proyectado de Puerto Rico a través de una mujer joven, talentosa, bonita, articulada, disciplinada, perseverante y que se siente orgullosa de su nación puertorriqueña contrasta dramáticamente con la imagen que se proyecta de un Puerto Rico quebrado, con un status político indigno, inmerso en la corrupción, con gobiernos ineptos e infectado con zika.

El deporte olímpico le ha provisto una formidable oportunidad a Puerto Rico de presentar su mejor cara.

Es lamentable que políticos aboguen por la desaparición de la gesta olímpica nacional y que, al igual que sucedió en el gobierno de Fortuño con nuestros cineastas, se tronche otra forma de fortalecer la autoestima de la nación puertorriqueña.