SanSe vs. Viejo San Juan

Artículo publicado en El Nuevo Día.
Desde la década del setenta comenzaron a adquirir popularidad las Fiestas de la Calle San Sebastián en el Viejo San Juan, las cuales, en sus inicios, consistían en un desfile de cabezudos, ceremonias religiosas, exhibiciones artesanales y actividades culturales.
Hoy día estas fiestas han perdido su nombre: ahora se llaman con el nombre propagandístico de “SanSe”.
Cientos de miles de personas invaden la vulnerable ciudad, formando una masa humana que transita movida por una corriente peligrosamente a la deriva.
El Viejo San Juan no fue construido ni está preparado para recibir a cientos de miles de personas en un solo día. Es una de las ciudades más antiguas de América y tiene un sólo acceso por tierra.
Figura como el principal atractivo turístico del país. Alberga los muelles para cruceros. Es una comunidad residencial y comercial, y es la sede de la oficina y residencia del gobernador y la oficina del alcalde de la ciudad.
Hace unos años una sección de la calle Norzagaray y luego otra de la calle Clara Lair frente a los garajes de La Fortaleza colapsaron como resultado de su uso constante.
En la medida que la población ha ido creciendo en el mundo, los gobiernos responsables han tomado las medidas necesarias para proteger sus monumentos históricos, los cuales son irreemplazables.
Hace años, el turista podía caminar por el Partenón de Atenas o tocar la Esfinge, cerca de El Cairo. Debido a las turbas de visitantes, ahora el turista debe limitarse a observar los monumentos desde cierta distancia.
Los caballos de Constantinopla en la terraza de la Catedral de San Marcos, en Venecia, retratados y tocados por miles de turistas, son réplicas; los originales se encuentran protegidos en un museo dentro de la catedral.
En las exhibiciones más populares de los principales museos del mundo se asignan turnos a los visitantes para controlar la cantidad de personas que pueden admirar las obras en un momento dado.
Mientras el mundo toma conciencia de proteger sus monumentos, en Puerto Rico se promueve su destrucción, auspiciando actividades como la “SanSe”.
La consigna es disfrutar el momento sin importar el impacto en nuestros monumentos.
Es impresionante la destrucción que sufren los monumentos históricos, las susceptibles calles y las propiedades de los residentes.
Son daños por los que el Gobierno, los auspiciadores y los visitantes no se sienten aludidos ni responsables.
Son los residentes los verdaderos custodios diarios de la ciudad histórica y terminan siendo abandonados a su suerte.
¿Cómo se sentirían los visitantes de las fiestas si de regreso a sus hogares no pudieran tener acceso a ellos y cuando por fin llegasen encontraran las puertas rotas, las fachadas manchadas, orinadas o defecadas y sus plantas ornamentales desaparecidas? ¿A quién acudirían? ¿Quién responde?
Es impensable que los residentes de zonas históricas en Estados Unidos como Williamburg, Filadelfia, Greenwich Village, Boston o Georgetown se resignen a la destrucción de sus comunidades por turbas de visitantes.
La diversión y el entretenimiento son actividades importantes para la ciudadanía y no se le debe privar de ellos. Pero no a costa de la destrucción de nuestra ciudad antigua.
Un plan viable sería separar las actividades nocturnas del lugar donde se celebran las diurnas. Se conservaría el espíritu original de las Fiestas de San Sebastián durante el día en el casco de la ciudad antigua con el desfile de los cabezudos y actividades culturales y religiosas.
Las actividades nocturnas que atraen las masas podrían relocalizarse en el área de los muelles utilizando como modelo las fiestas de la Gran Regata de 1992, probablemente la fiesta de pueblo más exitosa que el país ha celebrado.
Los líderes del país tienen la responsabilidad histórica de custodiar este patrimonio mundial y de no privar a las futuras generaciones de nuestro tesoro nacional.